El asno de Buridán
- Guillermo Márquez B.
En el siglo XVI existió en Franca un filósofo de poca fama y ninguna gloria, llamado Juan Buridán.
No obstante, tenía discípulos, pero a quienes, en vez de enseñarle sobre la certidumbre y el valor de la verdad, les hacía permanentemente hincapié sobre dudar.
Murió sin haber profundizado en muchos de los problemas de que se ocupan los grandes pensadores.
Sus discípulos, desde luego, preconizaban asiduamente y en memoria del maestro desaparecido, el dudar, siempre dudar. No cejaban en sus prédicas, hasta que un día apareció otro filósofo que les dijo: "Tanta duda no puede conducir a nada bueno". Para demostrarlo, les puso un magnífico ejemplo: Un asno tenía a su izquierda un cubo lleno de avena y a su derecha otro, lleno de agua, pero no estaba seguro de si era preferible comer primer para aplacar el hambre o beber para mitigar la sed.
Víctima de la duda, permaneció sin decidirse hasta que perdió energías y se desplomó para morir de hambre y de sed a la vez.
Así quedó conjugada la expresión "El asno de Buridán", para demostrar los riesgos de la vacilación exagerada.
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